¡Soy mujer, soy paz, mi voto por Santos va!

¡Soy mujer, soy paz, mi voto por Santos va!

“Soy mujer, soy paz” es la consigna que resume las voces de miles de mujeres que pudimos escuchar a lo largo y ancho de nuestra Colombia profunda. Colombia, país de guerras sin fin, de guerras sin memoria, país en el cual generación tras generación vemos desfilar nuestros muertos más cercanos, nuestros muertos más lejanos.

Las mujeres cargamos con las consecuencias de esta guerra degradada y cruel. Exigimos y defendemos la paz porque somos la mitad de las víctimas del conflicto armado (2.683.335 de 5.405.620) y el 85% de sus sobrevivientes. Mujeres sin sus compañeros, sin sus esposos, que quedan solas con sus hijos, desplazadas en grandes ciudades, con profundos dolores pero también con una fuerza descomunal para enfrentar la adversidad.

María Zabala fue víctima del conflicto armado en diciembre de 1989, grupos armados mataron a su marido Antonio y se desplazó a Montería. Allí, con un grupo de 15 mujeres víctimas fundaron el Valle Encantado, a orillas del rio Sinú. Un lugar que es símbolo de resistencia, de fuerza femenina y que construye día a día la paz a partir del cuidado y confianza, y lejos de una lógica patriarcal.

María Zabala dice: “Yo tenía rabia y ganas de que me mataran pero al ver a mis hijos mi corazón se derritió porque si me moría qué sería de ellos (…) Nadie lloraba, todo era rápido, coja para aquí, coja para allá, eche agua, recoja a los muertos, todo era una confusión (…) Un año les dije se acabó la lloradera. Los muertos están bien donde están y la vida es corta y no vamos a pasarla tristes”.

En esta guerra, como en todas las guerras en el mundo después de la década de los 90, se ataca a la población civil como estrategia fundamental. Son máquinas de victimización. En Colombia 8 de cada 10 muertos del conflicto han sido civiles. En los últimos 10 años más de medio millón de mujeres han sido víctimas de todas las formas de violencia sexual en el marco del conflicto armado -esterilización forzada, aborto forzado, violación, prostitución forzada, embarazo forzado, control sobre sus vidas-.

Son mujeres amenazadas y perseguidas por sus roles de liderazgo en las comunidades. La misma María Zabala ha sido constantemente perseguida; Yolanda Izquierdo defensora de los despojados de la tierra, asesinada en su casa en Montería en 2007; Angélica Bello, a quien en estas mismas páginas le rendí un homenaje “Angélica Bello: el coraje de una mujer”, fue la voz de las mujeres violadas en territorios de guerra.

Ante esta situación, han existido mujeres y organizaciones admirables como la Iniciativa Mujeres por la Paz, la Casa de la Mujer, la Ruta Pacífica de las Mujeres, Sisma Mujer, Alerta Mujeres, lideresas de Cartagena y el Bolívar, entre otras entidades colectivas que resisten, se organizan y enfrentan la guerra sin armas, con valentía y capacidad de acción colectiva. Nos unimos a estas organizaciones para apoyar la paz, para decir con claridad que ya no queremos vivir más entre el fuego cruzado, no queremos seguir cargando el dolor que implica vivir en un campo bañado en sangre. Nos unimos al voto por la paz, para evitar que la lógica guerrerista y el “todo vale” que nos gobernó durante 8 años vuelva al poder. “Soy mujer, soy paz, mi voto por Santos va” es el lema de la tarea que venimos haciendo. Apoyamos a Santos porque apoyamos la paz y ése es un bien superior. Un mandato constitucional que debemos empezar a construir luego de más de medio siglo de guerra. Dejar pasar esta oportunidad podría ser una irresponsabilidad de cara a nuestros hijos, nietas y generaciones venideras.

Las mujeres somos como las Antígonas contemporáneas y en el escenario de postconflicto seremos la reserva ética y estética para construir entre todos una nueva sociedad donde prime el reconocimiento del otro, en medio de la diferencia. Nuestra consigna como mujeres debe ser el grito de Antígona ante el tirano Creonte: “No nacimos para el odio, nacimos para el amor”. Sólo de esta manera podremos transitar de la guerra a la paz, del dolor a la dignidad.

Las mujeres somos como las Antígonas contemporáneas y en el escenario de postconflicto seremos la reserva ética y estética para construir entre todos una nueva sociedad donde prime el reconocimiento del otro, en medio de la diferencia.

COLUMNA PARA LA PATRIA

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