La homofobia: una enfermedad de ingenuos. Por Carlos Monroy

La homofobia: una enfermedad de ingenuos. Por Carlos Monroy

El tema del homosexualismo en Colombia ha tenido auge en los últimos tiempos. Desde el mismo momento en que la Corte Constitucional profirió una sentencia de tutela, en donde resuelve la solicitud de dos mujeres que conviven como pareja durante muchos años en el país, se casaron en el exterior, para adoptar a un menor, se abrió en nuestro país un abanico de discusiones con aires despectivos, otros comprensivos. En el mismo sentido, la comunidad gay en Colombia se manifestó con alegría por la decisión de la alta Corporación, pues ellos esperaban la respuesta de la Corte Constitucional en que le reconociera su derecho de adoptar menores, esto es, que convivan en una familia donde reina la armonía y con todas las garantías y protección que unos adultos responsables les pueda dar. Y en efecto lo obtuvieron.

Sin embargo, me permito discrepar respecto de este asunto del cual no estoy de acuerdo. Como este es un país libre y todos tenemos derecho a la libertad de expresión como lo consagra nuestra Constitución Política, creo poder tener la libertad de pensamiento respecto de lo que pueda opinar, en este caso del tema. En primer lugar no estoy de acuerdo con la adopción de parejas del mismo sexo. La razón principal por la que me opongo a este derecho de la adopción de los homosexuales, y del posible matrimonio de los mismos, es porque va en contravía de las leyes divinas: es decir, de las leyes emanadas de las sagradas escrituras, el cual establece que Dios creó al hombre y a la mujer para formar una sola carne. ¿Acaso en qué versículo de la sagrada escritura ampara la unión de dos hombres o dos mujeres para que puedan convivir y subsistir como pareja? Si alguien se atreve a leer esta columna, más de uno me tildará de “sacristán”, “pichón de cura”, “homofóbico”, “lazarillo de Ordóñez” y una catarata de señalamientos de las cuales no afectará mi integridad ni como profesional ni como persona; y es precisamente porque como Colombia es un país en que propugna la libertad de expresión, por ello me siento tranquilo, pues es el Estado que vela por mis garantías y mis derechos. Aunque muchos no lo crean.

Por otro lado, y yendo a las leyes terrenales, nuestro ordenamiento jurídico colombiano ha sido diáfano respecto de la constitución y desarrollo del núcleo familiar. Empecemos por el artículo 113 del Código Civil. El texto en mención define el matrimonio “El matrimonio es un contrato solemne por el cual un hombre y una mujer se unen con el fin de vivir juntos, de procrear y de auxiliarse mutuamente.” Con base en esta definición, es claro decir que el legislador tuvo en cuenta ambos sexos opuestos como núcleo esencial de la sociedad. En el mismo sentido, el artículo 42 de la Carta Magna establece que la familia es el núcleo esencial del estado formado por el hombre y la mujer, y los hijos. ¿Sería válido desde el punto de vista jurídico cambiar la naturaleza de la normatividad, y por ende, de la unión de las parejas del mismo sexo en cuanto a contraer matrimonio se refiere? Dejo esto, para los lectores, unos puntos de vista en el que puedan compaginar sus opiniones respecto de este tema álgido.

Ahora bien, después de poner en reflexión mis pensamientos en esta columna, daré pie al tema que establece en el título de la misma: la homofobia: una enfermedad de ingenuos. Como lo dije en párrafos precedentes, Colombia es un país en el que “se respeta la libertad de expresión”. Ahora lo pongo en comillas. Y esto tiene su razón de ser: aquí la libertad de expresión no es muy respetada en nuestro país, infortunadamente. El título de esta columna lo tomé para hacer comprender a la gente que los homosexuales no pueden seguir siendo el centro de burlas y humillaciones. Recordemos el caso del joven Sergio Urrego, que por su orientación sexual, y en vista de las múltiples humillaciones y matoneo por parte de sus compañeros y de los entes directivos de la institución educativa donde terminaba sus estudios, no soportó tan ingente carga de humillación y discriminación que tomó la decisiva pero intempestiva y triste decisión de quitarse la vida. La homofobia es una enfermedad de ingenuos: una enfermedad en que las personas que creen ser perfectas no son capaces de aceptar a otro por su condición sexual; que se jacta de sacar a los cuatro vientos de la condición homosexual de una persona para que la misma sea objeto de burlas y humillaciones; una enfermedad ignorante y aciaga que lo toman como arma de doble filo para poder saciar su ánimo de burla y humillación de aquel que no tiene un apoyo o un sustento; o el peor de los casos, que se encuentra solo porque hasta su familia lo ha abandonado.

Esto debe ser un llamado por parte de la comunidad para que podamos reflexionar acerca de las condiciones que viven los homosexuales, llámense gays, lesbianas, transexuales. Todos, que conforman el complemento humano de la sociedad, no debe ser objeto de burlas y abusos por parte de ninguno. Simplemente es mantener el respeto para que la paz que tanto anhelamos sea realidad en nuestro país.

POR: CARLOS MONROY

Nota: Opiniones de nuestros columnistas invitados no pertenecen ni reflejan necesariamente las opiniones de la Representante Ángela Robledo.  

 

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