Cinco hombres y un destino

Quiero hacer algunas consideraciones sobre lo que ha sido el proceso de transformaciones que ha sufrido Bogotá desde la adopción de nuestra Constitución Política, que ahora conmemoramos.

La primera gran transformación que se derivó de la adopción de una nueva Carta Política fue la del marco normativo de la ciudad. El estatuto orgánico de Bogotá es obra, en gran medida, del Alcalde Jaime Castro. Hombre de la política un tanto tradicional, pero también gran erudito en temas jurídicos y apasionado de la descentralización administrativa. Con el Decreto 1421 de 1993, la ciudad dio un gran paso adelante al separar claramente las funciones normativas  y de control político a cargo del Concejo, de las funciones de gobierno y administración activa del Alcalde. A través de ese mismo estatuto, se llevó a cabo la reforma en el régimen tributario de la ciudad que hizo posible rescatarla de la crisis financiera por la cual atravesaba.

A Jaime Castro le sucedió en el Palacio de Liévano un joven e irreverente profesor de filosofía a cuyas excentricidades el país apenas se asomaba. Irrumpiendo con la fuerza de un discurso completamente contrario a la política tradicional de componendas y maquinarias, y en una campaña fulminante hecha con imaginación, pirinolas y muy poca plata, Antanas Mockus llegó al gobierno de Bogotá rodeado de académicos con casi nula experiencia administrativa. 

La ciudad se sorprendió con la transparencia, con la ética en el manejo de los recursos públicos, con la capacidad simbólica y comunicativa que poco a poco fue marcando el alma de la ciudad y sus habitantes. Aún hoy, cuando me subo a un taxi y converso con el conductor, es posible escuchar los ecos del orgullo que produjo en la ciudadanía programas como los mimos en las cebras o las horas zanahorias que sirvieron para proteger miles de vidas. Cultura ciudadana. Ética de la Vida y del cuidado de la misma. Cuántos avances en su momento, y cuántos retrocesos en los tiempos recientes. 

A Mockus lo sucedió en el cargo Peñalosa. La ciudad se transformó con un nuevo modelo de transporte público que durante años fue motivo de orgullo para propios y extraños. Y, aunque menos visible, también hizo aportes fundamentales en materia de “desmarginalización” de grandes zonas de la ciudad. Recursos financieros abundantes, e importantes obras físicas, acompañadas de un discurso sobre lo urbano que resuena más allá de nuestras fronteras.

La ciudad perdonó a Mockus por haber abandonado su primera alcaldía, y le dio una nueva oportunidad que esta vez se centró en un paso adelante en el proceso de transformación cultural, a través de la pedagogía, de la manera de ser ciudadanos y ciudadanas. De la cultura ciudadana a la cultura democrática. Presupuestos participativos, rendición de cuentas, visión regional y atención al ciudadano. 

Y si la ciudad de Peñalosa lo fue de gerencia, de obras, de cemento y hierro; y la de Antanas los fue de la transformación del ser ciudadano y ciudadana, la ciudad de Luis Eduardo Garzón lo fue de sensibilidad y de inclusión social. Lucho nos recordó que en esta ciudad de grandes troncales y colegios públicos de espléndida arquitectura, vivían, y aún viven, familias enteras que no logran cubrir tan siquiera sus necesidades básicas en materia de alimentación. Hay hambre en nuestra ciudad. Y Lucho nos lo recordó, y puso a su gobierno a trabajar en estrategias que hicieran posible reducir esas brechas de exclusión, esas marcas patentes de injusticia.

Lucho marcó también la llegada al gobierno de nuestra más importante ciudad de un partido de izquierda democrática. Eso es algo que no podemos olvidar hoy, en medio de las confusiones que generan los afanes electorales. La ciudadanía premió al Partido gobernante con la aplastante victoria de Samuel Moreno. Promesas halagüeñas en materia de metro, y un carácter sencillo, afable, carismático, marcaron el inicio de un gobierno que hoy apenas sobrevive al naufragio. Las responsabilidades políticas tendrán que asumirse, se están asumiendo de hecho en forma paulatina. Y lo mismo sucederá con aquellas de carácter disciplinario, fiscal o incluso penal. 

Y ahora, ¿qué viene para nuestra querida Bogotá? En primer lugar, deseo fervientemente que el destino de la ciudad se mezcle pronto, y de manera profunda, con el de las mujeres que lleguen a conducir sus destinos. Las hay muy capaces y comprometidas, y han jugado papeles muy importantes, aunque no suficientemente reconocidos, en las administraciones que comento. En segundo lugar, deseo también que se vayan consolidando nuevos liderazgos. Si bien es entendible, no deja de ser preocupante que entre los nombres que se barajan como posibles opciones de gobierno figuren aún con tanto peso algunos de los aquí señalados.

Podemos hacerle a la ciudadanía una propuesta Verde, capaz de recoger la simpatía y el apoyo de amplios sectores más allá de nuestro propio Partido. Eso sí, sin olvidar tan siquiera por un instante que el Partido Verde, nuestro Partido, es una organización que promueve una nueva forma de hacer política que busca aportar en la construcción de soluciones institucionales, pacíficas, consensuadas, participativas y transparentes. Y, por sobre todo, somos capaces de reconstruir la confianza ciudadana.

Sin confianza entre los ciudadanos y ciudadanas, y de éstos para con sus autoridades, es imposible que una sociedad pueda construir un consenso sobre sus problemas más apremiantes y pueda reunir los esfuerzos requeridos para su superación. Nuestros postulados sobre el carácter sagrado de la Vida y de los Recursos Públicos siguen siendo una propuesta válida para la sociedad, y respaldada con hechos, constituye una invitación muy fuerte para que cada uno de nosotros ponga lo mejor de sí en el proceso colectivo de construir un futuro mejor. 

Pero eso sí, debemos evitar a toda costa entrar en alianzas con sectores políticos cuyas prácticas riñen con los principios de ética de lo público que el Partido Verde busca encarnar. Si bien es necesario reconocer, crear y fortalecer las confluencias, también es necesario no equivocarse, no permitir que las urgencias electorales terminen por arrasar un proyecto de largo aliento como lo es el de transformar las prácticas políticas en nuestra ciudad y nuestro país. Y algo que en las actuales circunstancias resulta fundamental, debemos rechazar cualquier tipo de acercamiento con sectores políticos que han contribuido, y de qué manera, a generar la crisis por la cual atraviesa nuestra querida ciudad.

Estoy convencida que Bogotá saldrá adelante, con el concurso de sus hombres y mujeres, de sus ciudadanos y sus ciudadanas.Y quizás en unos años alguien asuma el ejercicio de recordar los grandes hitos de ese proceso a través del carácter de sus líderes y lideresas.

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