La política sin asco

La política sin asco

Hay políticos tradicionales que son expertos en practicar la política sin asco. No les da pena ejercer o promover el clientelismo, ni sienten vergüenza al permitir el abuso de poder. No ven problema en aliarse con corruptos, ni se sonrojan cuando les toman fotos con los delincuentes de cuello blanco. Es la política del todo vale, para la cual «la ética es solo para los filósofos».

Hoy por hoy, los mejores -pero no los únicos- exponentes de esas prácticas son Juan Manuel Santos y Germán Vargas Lleras, quienes pretenden que los colombianos premiemos su cinismo y votemos por su reelección.

El mejor ejemplo reciente de la política sin asco que ejercen Santos y Vargas Lleras fue su raponazo a la Alcaldía de Bogotá, una maniobra electoral y oportunista que a punta de triquiñuelas jurídicas han querido presentar como una gran tabla de salvación, sin advertir que su interés no es otro que convertir el presupuesto de la ciudad en «mermelada» para sus amigos contratistas.

Eso, por supuesto, a cambio del financiamiento de su campaña política a la presidencia, que les aseguraría -de nuevo- el control de la burocracia. Y, dicho sea de paso, el desfalco de los recursos públicos, como quedó registrado en el famoso «computador de Palacio», que más parece el prontuario judicial de varios funcionarios y congresistas que históricamente se han beneficiado de la mirada silenciosa y cómplice de las autoridades.

Como si fuera poco, a Santos se le ocurrió anunciar un «plan de choque» para la capital del país en materia de movilidad, seguridad, vivienda, educación y salud, que no es otra cosa que el plan de desarrollo de la administración de Gustavo Petro, configurando un auténtico plagio a los programas de gobierno que se venían ejecutando en la ciudad, con buenos resultados en disminución de homicidios, atención en salud, reducción de tarifas de servicios públicos, oferta del mínimo vital de agua, ampliación de la jornada escolar, protección del medio ambiente y de los animales, entre otros logros. Por supuesto que hay frentes por mejorar, como los hay en cualquier administración como son la movilidad, la seguridad ciudadana, el retraso en obras de infraestructura. No hay que olvidar que Petro encontró una ciudad saqueada por Samuel Moreno y sus secuaces.

El cinismo a Santos le alcanzó hasta para mandar a borrar los graffitis de la Calle 26 e invadir la ciudad con mil efectivos adicionales de la Policía, como si la seguridad fuera un asunto netamente militar y policivo o como si el desarme en Bogotá no hubiera probado que las soluciones más efectivas en esa materia son la cultura ciudadana y la política social puesta al servicio del cuidado de la vida.

Lo más paradójico del asunto es que hoy en día rechazar las picardías de Juan Manuel Santos puede resultar favoreciendo las candidaturas de Óscar Iván Zuluaga, Enrique Peñalosa o Marta Lucía Ramírez, un trío que ha terminado representando una jugada a tres bandas para Álvaro Uribe, quien busca desesperadamente volver a gobernar, pero esta vez en cuerpo ajeno. Y vaya uno a saber si en cuerpo entero también, ahora que llegará al Congreso con todos sus apóstoles para cambiarle más articulitos a la Constitución.

Por eso el panorama electoral es desolador. Porque no se puede negar que luego de las elecciones al Congreso, que terminaron con la elección y reelección de no pocos parapolíticos y familiares de personas condenadas por distintos delitos, la carrera por la presidencia no ha despertado el interés ni la esperanza que nos produjo la Ola Verde en el año 2010, que a punta de imaginación y creatividad puso a temblar a la vieja y clientelista política colombiana.

Entonces debo confesar que no encuentro una candidatura alternativa a la política sin asco, la misma que nos ha gobernado en los últimas décadas y que parece condenarnos a la falta de oportunidades laborales y educativas para la ciudadanía más pobre y excluida, como si en Colombia no pasaran los años, ni el progreso, ni el desarrollo, ni la garantía de los derechos humanos. Me disculparán por el escepticismo, pero no parece haber por quién votar.

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